La mujer representada está en el centro del lienzo, su rostro de penetrante intensidad acortado en tres cuartos y vuelto con una mirada confiada hacia el observador. Una rosa roja, en el costado del rostro, resalta la tez diáfana. La mano derecha descansa sobre la pila de una pila de una fuente barroca sostenida por un tritón. La mano izquierda, caída a un lado, sostiene un abanico cerrado. La suntuosa túnica que envuelve la figura forma parte de un complejo vestido a la española, el cabello está recogido hacia atrás y recogido en un moño envuelto en una corona de diamantes y un manojo de plumas negras. La mujer es Caterina Balbi Durazzo pintada por el joven de veinticinco años Van Dyck, capaz de resaltar las cualidades esenciales del personaje retratado, demostrando que ya ha asimilado la lección de Rubens, del que fue alumno: la dama conserva, junto a elementos de distinción aristocrática, cierta ternura etérea y juvenil. El retrato entró en el palacio en 1689 y desde entonces nunca ha salido de la residencia en via Balbi.