La tabla pertenece a ese pequeño grupo de pinturas que sin duda se pueden atribuir a la mano del maestro. María y Jesús quedan atrapados en un momento de ternura, con la Madre tratando de mantener quieto al Niño, cuya postura atrevida recuerda las obras de Mantegna. La mirada de la Virgen , sin embargo, es melancólica y meditativa, como si previera el futuro sacrificio de su Hijo, que se mueve inquieto sobre una balaustrada de mármol rosa, anticipando quizás la piedra de la unción sobre la que será colocado antes del entierro. El claro brillo que baña las dos figuras recuerda las obras venecianas de Antonello da Messina, pero la preciosa ejecución, con el oro utilizado para resaltar el azul lapislázuli del vestido de María, recuerda los orígenes bizantinos de la tradición pictórica veneciana.